(Momento actual)
Valencia , 19 de noviembre de 2012, 00:39
Dicen que todos los nómadas huyen siempre hacia el mismo
lado, hacia el oeste. Es posible que fuese ese el instinto que les hizo a todos
correr hacia dicho punto.
Había pasado un par de horas desde que “eso” había
aparecido, se había instaurado un mejor control de seguridad. Ahora todos eran
dirigidos hacia las afueras de la ciudad. Todos iban caminando por el medio de
la carretera, por sus cabezas se escuchaban los helicópteros, y en determinadas
ocasiones, unas veces más cerca que otras, y por ello más inquietante, se
escuchaba el sonido atronador de metralletas.
Nadie sabía exactamente qué estaba pasando, todos se
apresuraban para salir rápido de aquel infierno, en silencio, entre sollozos,
envueltos en un aura de pánico.
Entre toda la multitud se encontraba Víctor, intentando
analizar lo que sus ojos habían visto, mientras la multitud le empujaba hacía
una salida situada en un lugar desconocido. No daba crédito ni podía pensar
algo con sentido, aquel asunto pintaba muy mal, y parecía que más tenía que ver
con la posibilidad de un ataque alienígena, que con un incendio, como poco
antes había barajado.
De pronto se cerró la noche sobre todos ellos, el alumbrado
de la ciudad falló y comenzó a aumentar, lo poco que ya podía aumentar, el
pánico. Poco a poco, se vieron envueltos en lloros, pisotones y empujones entre
aquella incesante niebla y ahora también oscuridad.
-¡Carolina, Carolina!- se escuchaba entre sollozos. Víctor giró
la cabeza y vio el origen de la voz. Una niña, de no más de nueve años, estaba
agarrada a una farola cercana, con la cara manchada, el pelo enmarañado y dando
saltos en busca de algo, en busca de Carolina. Se acercó a la niña: -Vamos,
tenemos que salir de aquí cuanto antes- le dijo con voz suave. -¡No!, no me iré
sin mi hermana, venía conmigo, pero aquel hombre, aquel estúpido hombre comenzó
a correr y a empujar, y… y ella debe de estar por aquí. ¡Carolina!- le
respondió la niña. –Se cómo te sientes. Perdida y sola, como todos. Vamos,
caminaremos juntos, yo te acompaño, y buscaremos a tu hermana, seguro que aquel
hombre la ha arrastrado hacia delante-. Ambos, de la mano, caminaron a grandes
pasos, como el resto.
-¿Cómo te llamas?, yo soy Víctor - preguntó, para hacer
menos amargo el recorrido. –Me llamo Eva, e iba a casa con mi hermana cuando…-
dijo la niña mientras se le apagaba la voz al final. –Así, ¿qué Carolina es tu
hermana? Y ¿cómo es?, así te puedo ayudar a buscarla mientras seguimos-
continuó Víctor. –Pues es un poquito más baja que tú, morena, con el pelo largo
y llevaba una camisa de rallas blancas y azul turquesa- le contó Eva. –Bueno,
entonces seguro que pronto la encontraremos- la tranquilizó Víctor.
Todo era monótono hasta aquel momento, esa manera de andar
rápido, los sollozos, las lágrimas; pero… todo cambió de color cuando se vio la
sombra rosa, de nuevo. Todos se quedaron paralizados. Se escuchó como temblaban
los edificios de la derecha. -¡Apartaros!- Se escuchó desde el cielo; y acto seguido
comenzó la lluvia de balas desde los helicópteros. Todo el mundo corrió
despavorido, la ciudad se transformó en un río caótico de gente en todas
direcciones. Hubieron personas que cayeron al suelo, muertos o heridos por las
balas. –¡Esto no puede estar ocurriendo! - se escuchó entre la multitud –¡Sálvese
quien pueda… escóndase… esto es el infierno…!- todo eran gritos entre la
multitud. Víctor cogió más fuerte a Eva de la mano, y corrió hacia una calle de
la izquierda. A escasos metros vio una valla que cortaba la calle por obras, la
apartó de una patada y atravesó la niebla de la calle con la niña todavía de la
mano. Al otro lado de las obras había un parque, allí se dirigió, hizo pasar a
la niña a un túnel del parque, y el pasó después.
Ambos quedaron callados, mirando la calle por la que habían
llegado, esperando ver qué pasaba.
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