Valencia, 20 de noviembre del
2012, 06:23
Con los militares en cabeza, el
grupo se dirigió hacia donde Bruno los había encaminado. El camino fue corto,
tan solo dos manzanas; pero las vistas eran desalentadoras, todo estaba
derruido, los pocos edificios que se mantenían en pie parecía que iban a caerse
de un momento a otro, como si lo único que los sujetase fuese unos finos hilos.
La antigua gran avenida, ahora estaba formado por escombros, ramas y cientos de
cadáveres. Carolina le tapó los ojos a Eva para que no viese aquella situación.
Los cadáveres, se mostraban como cuerpos inertes, algunos medio enterrados,
otros con partes amputadas. Todo era un baño de sangre. La mayoría de los
escombros, que antes formaban parte de esos edificios, ahora aguantados por
hilos, estaban bañados de la sangre de todos aquellos cadáveres, que les
miraban desde el otro lado de la vida, desde las sombras, con cara de horror.
Pasaron las dos manzanas y vieron
la estación de trenes. La que un día fue una gran obra arquitectónica, formada
por dos grandes torres y cuatro portones; ahora se encontraba también medio
derruida. Solo quedaba una torre en pie, la otra, ahora formaba parte de la
entrada y las vías en forma de escombros. El grupo permaneció un rato en el
otro lado de la calle, escondido entre las sombras de un edificio. Todos
observaron, con espanto, las ruinas de aquella antigua estación.
En la cabeza de todos ellos,
ahora primaba un pensamiento: ¿Cómo puede ser aquella criatura, para destruir
todo lo que ha destruido, y de dónde ha salido? La respuesta les llegó pronto
en forma de rugido, todos sintieron como tembló la tierra con aquel sonido
desgarrador. Comenzó a cundir el pánico. ¿Una bestia, con ese rugido? Claro que
era capaz de destrozar una estación de trenes y los edificios contiguos. De
hecho era capaz de destruir, una y dos si se lo proponía.
-¡Mierda! Ya está aquí, ¡rápido,
corred dentro!- dijo Ana Lucía mientras comenzaba a disparar hacía el final de
la calle, por donde se escuchaban los rugidos. El resto de militares comenzaron
a disparar mientras corrían de espaldas hacia la estación. Aparecieron las
fauces y el gran dragón rosa se hizo visible ante todos ellos. Era una bestia
gigantesca y cegadora. –Muere maldito cabrón- gritó Ana Lucía, sin dejar de
disparar.
El dragón atravesó con fuerza los
últimos metros que le faltaba, destrozando todo el edificio que había a su
izquierda y haciendo que los restos saltasen por los aires. El viejo fénix de
color oro que adornaba el edificio, del antiguo Banco de España, perdió la
cabeza, y salió rodando hacia donde se encontraba el grupo corriendo.
-¡Ah! Ayúdame Carolina.- Aulló de
dolor entre lágrimas la pequeña Eva. La cabeza había caído sobre ella y le
estaba dejando atrapada por la pierna derecha, contra los escombros.
-¡No! -gritó Carolina y salió corriendo hacía
su hermana. Todos quedaron en su sitio mirando al dragón, a Eva, a la
situación. Carolina y uno de los militares intentaron sacar a la pequeña,
mientras el resto de militares seguían abriendo fuego contra el dragón para
intentar que retrocediese.
Pero la tarea resultó ser
difícil. Aquella enorme bestia, rosa, con grandes cuernos sobre la cabeza, y
con forma de gran serpiente, se estaba acercando hacia donde estaba Eva,
atrapada. Eva iba a ser la siguiente. El dragón sabía que ya tenía a su presa
acorralada, e iba a por ella.
-¡Ven aquí, maldito bicho!-
comenzó a gritar Clarise mientras se alejaba del grupo hacia el norte- ven a
por mí si tienes lo que hay que tener. Este culo negro te va a dar lo que te
mereces bicho del demonio-.
Mientras Clarise alejaba al
dragón del punto de mira de Eva, Víctor y Bruno se acercaron corriendo, y entre
los cuatro lograron sacar a Eva. Un militar la cogió a hombros y se dirigió
hacia el resto del grupo para entrar en la estación.
-¡Corre Clarise!, vuelve, ya
estamos- gritó Carolina.
-¿Volver?, créeme cielo, no había
contemplado esa opción cuando he salido aquí para enfrentarme a esta cosa. ¡Corred
y salvaros! Estáis a tiempo, si vuelvo yo, solo conseguiré que nos maten a
todos, así que huid, ¡huid ya!- terminó casi gritando Clarise a varios metros
del grupo. Los militares bajaron las armas y salieron corriendo, junto al resto
del grupo hacia las vías del tren; mientras escuchaban por detrás a Clarise-
¿Qué, te ha comido la lengua el gato?, ya no eres tan valiente. Ya no sabes
rugir. ¿Nunca te había dicho una negra que te iba a retorcer el cuello?,
¡Vamos, ven! No seas cobarde- seguía gritando Clarise mientras movía los brazos
y se alejaba más al norte. Entonces el dragón rugió; fue un rugido tan fuerte
que hizo temblar los escombros; y se abalanzó sobre Clarise, dejando
simplemente los zapatos, con los pies dentro, en aquella tan transitada calle
que había sido unos días atrás.
Corrieron por las vías del tren
todos juntos, Eva todavía subida a aquel militar.
-¿No estaba cerca la gasolinera?-
se quejó Mario mirando a Bruno.
-Bueno, eso me parecía a mí, no
debe de estar muy lejos- se excusó Bruno con una mueca de rabia.
-¡Pues esperemos que no, porque
ahí vuelve otra vez!- grito Ana Lucía mientras se giraba para comenzar a
disparar otra vez contra el dragón que empezaba a alcanzarles.
-Tengo una idea- dijo Víctor -¡Corred,
seguidme! Por allí- gritó Víctor al resto del grupo mientras se dirigía hacia
uno de los laterales de las vías, atravesándolas todas. El resto del grupo le siguió.
–Intentemos entrar a ese edificio, tiene la puerta abierta, nos esconderemos-
terminó desvelando el plan Víctor, mientras señalaba a un viejo edificio de más
de 15 plantas.
Otra vez se encontraban en la
misma situación, unos corriendo hacia delante, buscando la puerta, y los
militares corriendo de espaldas, disparando contra el dragón; todos menos el
que tenía a Eva a hombros, que también corría hacia delante. El dragón hizo un
giro brusco e hizo caer unas farolas sobre los militares que le disparaban,
cayendo un par sobre uno de ellos, dejándolo en el suelo, quieto, sin vida.
-¡Dani!- gritó uno de ellos,
mientras se mordía los labios y se acercaba al dragón – Muere maldito cabrón-
rugió el militar; pero por encima de su rugido se escuchó el del dragón
mientras se abalanzaba y se lo tragaba.
Ya habían casi llegado. Víctor se
agarró a la puerta del edificio y comenzó a empujar a todos conforme pasaban –
¡Vamos! Hacia el fondo- ordenaba. Ya habían pasado casi todos, tan solo
quedaban Ana Lucía y el otro militar que no llevaba a Eva y disparaba contra el
dragón.
-Mierda- gritó Ana Lucia mirando
a Víctor- se me ha enganchado la bota- contaba mientras miraba a Víctor y
seguía disparando a sus espaldas contra el dragón. Entonces Víctor entró
corriendo dentro del edificio, se dirigió hacia donde estaban todos, le cogió
el arma al otro militar y volvió a salir corriendo hacia la calle, abriendo
fuego contra la cabeza del dragón. Por un instante el dragón quedó
desconcertado, y fue el tiempo necesario para que Ana Lucía sacara la bota de
la alcantarilla y se cogiese del brazo de Víctor, mientras seguía emocionado y
cabreado al mismo tiempo, disparando contra el dragón. Ana Lucía y Víctor
entraron corriendo por el portal, seguidos del militar, y tras los tres el
dragón se abalanzó para lograr meter la cabeza en el interior, intentando
tragarse a alguno de ellos.
El interior consistía en un gran
portal alargado, en el fondo la puerta que daba al ascensor, a la derecha una
esquina con espejos, que anteriormente darían un aire señorial al portal; y a
la izquierda el hueco que daba acceso a las escaleras.
-¡Ah! Mi brazo- se quejó Víctor,
todavía viendo todo oscuro en el interior del edificio. Enfocó la vista y vio
que todo el grupo estaba enfrente de él, en los primeros escalones que dirigían
hacia el primer piso; mientras él estaba al otro lado del portal, junto a los
espejos y a la enorme cabeza del dragón.
-Dios, que dolor- dijo una voz
por detrás de él. Se giró y vio que era el otro militar.
Ambos se habían quedado atrapados
en aquella esquina, el resto les miraba desde el hueco de la escalera, atónitos,
y entre todos, se situaba la cabeza del dragón. Tenía los ojos cerrados,
parecía que aquel gran golpe lo hubiese dejado inconsciente, o en algún estado
derrotado que se pudiese quedar la enorme bestia.
-Vale, tenemos que pasar al otro
lado- dijo Víctor.
-¿Cómo, pasar por delante del
morro de esa bestia?- dijo asombrado el militar.
-Sí, y será mejor que cuanto
antes, de momento parece que el dragón o lo que sea esto, está atrapado,
¡rápido!- ordenó Víctor mientras él ya estaba pasando.
Al militar no le entusiasmaba la
idea, o mejor dicho, no le apetecía nada pasar por delante de aquel enorme
bicho devorador de hombres justo en aquel momento, pero Víctor tenía razón, era
el mejor momento, parecía estar atrapado y con la bestia fuera de juego.
Comenzó a pasar despacio, pegado a la puerta del ascensor, mirando la cabeza de
aquel ser. Sin darse cuenta estaba sudando y resoplando. ¿Cuánto le quedaba de
trayecto? , vaya, la mitad aún. Paró. Respiró hondo. Siguió caminando.
-¡Vamos, date prisa!- le decían
desde el otro lado.
-¡Claro! “Corre, corre”, ya me
gustaría veros a vosotros en esta situación.- les dijo el militar, y volvió a
fijar su mirada en aquel dragón, pero cuando lo hizo, tenía los ojos abiertos,
pudo observar su reflejo en ellos, y supo que eran los ojos de la muerte.
El dragón había despertado de
nuevo, rugió, elevó la cabeza lo que pudo, y mientras el resto del grupo subía
las escaleras corriendo y gritando, abrió la boca para tragarse al militar.
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