(Carolina y Eva antes del incidente)
Valencia, 18 de noviembre del 2012.
Carolina estaba frente al espejo del baño, terminando de
cepillarse el pelo con movimientos repetitivos y cara de agotamiento. Sabía
que esa iba a ser una larga tarde. Tenía que llevar a su hermanastra a una
fiesta de cumpleaños, así que ya sabía lo que ello implicaba, tener que
aguantar a 20 mocosos, corriendo y gritando de lado a lado, mientras las madres
del resto hablaban de sus cafés, almuerzos, maridos,… Si, aquella tarde se le
iba a hacer muy larga. Otro cumpleaños más al que llevar a Eva. Otro cumpleaños
más que pasaría sentada en un esquina, sin hablar con nadie. Carolina solo
esperaba que aquel cumpleaños no fuese demasiado largo.
-¡Qué bonita tarde me espera!- Ironizó Carolina frente al
espejo. Ya había hecho planes con su amiga, para pasar la tarde de compras,
tomando un café, y, con un poco de suerte, ver salir al chico que le gustaba de
trabajar de aquel bar de Colón. Llevaba ya semanas observándolo, pero era
demasiado tímida como para atreverse a decirle nada. Sin embargo, aquella tarde
no iba a verlo, su padre, la había obligado, una vez más a hacer de canguro y
pasar la tarde con Eva.
Quizás, la forma introvertida de Carolina, se debía a lo
mucho que había sufrido en su vida. Con tan solo cuatro años, su madre se había
ido un buen día sin despedirse de nadie, dejando en casa a ella y a su padre.
Con los años, todo cambió un poco, su padre, encontró a Ana, una nueva madre
para Carolina y poco después nació Eva. Ahora eran una familia feliz, pero en
cierto modo Carolina sentía culpabilidad por la marcha de su madre, aunque su
padre le había explicado muchas veces, siendo todavía una niña, que no era
culpa de ella, ni de él, simplemente su madre se había ido.
Pasó toda la tarde en aquel odioso antro, un bar repleto de
globos y toboganes. Evidentemente, al igual que ella sabía antes de salir de
casa, estuvo en aquella silla naranja, apoyada contra la pared de la esquina,
mientras el resto de madres, ahora criticaban los zapatos de la profesora de
matemáticas. Mientras estaba en aquella silla no paró de pensar en aquel chico. Se miraba el
reloj y pensaba: - Ahora estará a punto de acabar, se estará cambiando, estará
a punto de salir,…- Y así pasó su tarde, pensando en lo que podría haber hecho
si no hubiese tenido que estar acompañando a Eva en aquel cumpleaños infantil.
Por fin se hicieron las 20:30, y con la excusa de una falsa
llamada de Ana, se fueron de aquel cumpleaños, mientras el resto de niños
seguían saltando y las madres criticando.
-Carolina, ¿podemos pasar por el centro? Es que quiero ir al
quiosco de siempre a por mí revista, porfi porfi- le suplicó Eva con su cara de
pena.
-Bueno, pero tendremos que ir rápido, que ya son casi las
nueve y van a cerrar, y tampoco quiero llegar muy tarde a casa que luego las
broncas me las llevo yo.
-¡Bien!, corre, corre.- dijo Eva mientras cogía de una mano
a su hermanastra para llegar lo antes posible al quiosco.
Estaban comprando la revista, cuando todo sucedió, se
escuchó un fuerte estallido y ambas hermanas se asustaron. Carolina cogió fuerte
de la mano a Eva y miró hacia el final de la calle, por donde segundos antes
había llegado el estallido. No se veía nada, una fina niebla tapaba el final de
la calle. Entonces se escuchó otro estallido por el lado contrario al anterior,
esta vez por detrás de ellas, y esta vez sí que pudo ver como una finca cercana
a la calle donde estaban comenzaba a perder sus tres últimos pisos, cayendo éstos
sobre el asfalto de la calle. Comenzaron los gritos – ¡Qué está pasando
Carolina, tengo miedo!- dijo temblorosa Eva. – No lo sé Eva, ven, dame la mano
fuerte, volvamos corriendo hacia casa- Le contestó su hermana.
Ambas comenzaron a correr hacia su casa, mientras decenas de
personas que antes caminaban por la calle, ahora se acercaban a los restos de
escombros, con la boca abierta, para ver qué había pasado. Entonces apareció la
gran cabeza rosa del dragón, rugió por encima de todos y se lanzó sobre los
espectadores. Comenzaron los gritos, los lloros y Eva y Carolina, sin saber muy
bien por qué, corrieron más rápido de la mano, solo lo habían oído, pero fue
suficiente para sentir el pánico en sus huesos. Corrieron lo más rápido que
pudieron, pero cuando estaban llegando a su calle, vieron que unan vallas la
cortaban.
Carolina miró al fondo y vio a varios policías - ¿Qué pasa
aquí? Yo vivo allí al lado, ¡quiero pasar!- gritó Carolina; pero nadie parecía
haberla escuchado. Miró a través de la niebla, lo poco que le dejaba, y
entonces comprendió lo que pasaba, había un ser monstruoso que estaba
destruyendo la ciudad, como había pasado unos minutos antes en el centro, y no
sabía cuanto antes, pero también había pasado por su barrio. Buscó su piso, y
empezó a llorar cuando solo vio el aire, todo había sido derruido, aquella
bestia había destrozado su casa, con su padre y Ana dentro. Estuvo llorando lo
que le pareció horas, pero tal vez solo fuesen minutos. Se agachó y le dijo a
Eva: -Venga, tenemos que salir de aquí- la cogió de la mano y tiró de ella. -
¡No! Carolina, tenemos que ir a por papá y mamá, están allí- dijo entre
sollozos Eva. –Eva, cariño, no sé lo que pasa, pero no es algo bueno, algo está
destruyendo la ciudad, y… nuestra casa ya no está, ya no está allí; debemos de
salir de aquí, debemos de escondernos, para luego buscar a papá y mamá, porque
ellos también se habrán escondido- dijo Carolina para quitar un poco esa
preocupación que mostraban los ojos de Eva. Por supuesto, la idea de que sus
padres no estuviesen en su casa en el momento y se hubieran escondido, no
formaba parte de la cabeza de Carolina, por ellos seguía llorando cuando
comenzó a caminar de la mano de Eva. No sabía a donde ir, pero tras unos
minutos, se encontraron en medio de una estampida humana que se dirigía hacia
el oeste y poco después un hombre con más prisas y pánico que el resto, logró
separar las manos de ambas hermanas y quedar una alejada de la otra.
Mientras Eva pasaba la noche con Víctor, Carolina pasó la
noche sola, en el portal de una finca, cerca del supermercado, llorando, sin
saber dónde estaba su hermana.
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